miércoles, 8 de octubre de 2008

Generación Y

Deseados y muy protegidos. Así son los hijos de la generación Y. Alegres, seguros de sí mismos y enérgicos. Estos chicos, nacidos entre 1978 y 1989, educados con los Powers Rangers e internet, las marcas desconocidas y las tecnologías que cambian a la velocidad de la luz, rozan ya la treintena y empiezan a despuntar en el mundo laboral. Son el recambio profesional y el catalizador de las últimas transformaciones que vive la empresa. Creatividad, flexibilidad y conciliación son su santo y seña.

'O nos adaptamos, o morimos. Estos jóvenes tienen las ideas muy claras y no están dispuestos a hacer del trabajo su vida. O nos adaptamos a sus exigencias, o perderemos a los mejores' exclama Elena Dinesen, directora de Recursos Humanos de Microsoft, una de esas multinacionales que han decidido adelantarse a los tiempos que corren. Y apostilla: 'Tienen la suerte de poder elegir, y exigir. Y saben lo que quieren: controlar su tiempo, no sentirse un número y tener un salario que recompense el enorme esfuerzo académico que han hecho'. Los chicos Y son la generación de los másteres y del equilibrio entre trabajo y vida.

'Su formación es excelente, aunque tal vez demasiado académica. Hoy en día es difícil encontrar un joven que se haya incorporado al mundo laboral antes de los 25 años. Primero terminó su carrera universitaria, después viajó uno o dos años al extranjero para perfeccionar el inglés y por último dedicó algunos meses a realizar un curso posgrado. Lilly está contactando con jóvenes de 28 y 29 años que se enfrentan a su primera entrevista', explica Juan Pedro Herrera, director de Recursos Humanos de la farmacéutica.

Los Y vienen pisando fuerte. Tal vez demasiado. 'Se sienten tan seguros de su bagaje que les resulta ingrato pasar por los procesos de aprendizaje que exige cualquier compañía, y esta travesía, les guste o no, no puede eludirse. Han de pasar algunos años antes de que uno aprenda a tomar decisiones', advierte Herrera. Elena Dinesen va más allá: 'Han estado tan protegidos que tienen una enorme dificultad para encajar las críticas. Les falta músculo para resistir el fracaso y aceptar que las expectativas a veces no se cumplen', insiste. 'A su favor tienen una clara vocación internacional, su disposición para viajar', señala Lourdes Ramos, directora de Recursos Humanos de Garrigues Abogados.

Pero estos chicos, que no tienen la necesidad de trabajar 'porque en casa lo tienen todo', odian las jornadas interminables 'porque quieren controlar su tiempo y no perderse todas esas actividades que han estado realizando desde niños', rechazan empleos que 'exigen sacrificio y compromiso excesivo' y disfrutan con el 'cambio, cambio, cambio', a veces se sienten desorientados y sufren de vértigo 'por el futuro': 'Su vocación no es clara y necesitan tutela. Un jefe que les ayude a descubrir sus intereses, sus habilidades y sus debilidades. Un superior que les muestre el camino que les permitirá definir sin prisas su carrera profesional', explica Claudia Raunich, directora de Personal de American Express. Claro que no todos están dispuestos a llegar a la cima, y los que apuestan por la escalada laboral se lo 'toman con mucha más calma que sus padres', asegura Iván González, director de Recursos Humanos de la Corporación Ferrovial. 'Aunque no renuncian a que el empleo les siente bien, como un buen traje, o les de prestigio social, como si de un deportivo se tratará', apostilla Herrera.


Copiado de: http://www.cincodias.com/articulo/Sentidos/revolucion-laboral-generacion/20070521cdscdicst_1/cds5se/


*Desde que salió en la televisión que formó parte de la denominada Generación Y he tenido que movilizarme al respecto y buscar información. Es cuanto menos gracioso.

jueves, 18 de septiembre de 2008

domingo, 14 de septiembre de 2008

Full of Life

Se estaba achicando. Todos los años encogía un poco, o eso parecía. Los hombres de la familia no éramos altos, pero me daba la sensación de que en los últimos años yo era más alto que él. También el patio era más pequeño y la higuera fue una sorpresa. Era mucho más pequeña de como la veía en el recuerdo.
—El niño, ¿cómo está el bambino?
—Faltan unas seis semanas.
—¿Y la señorita Joyce? —La adoraba. No se atrevía a llamarla simplemente por su nombre de pila.
—Está bien.
—¿Lo tiene hacia arriba? —Se tocó el pecho—. ¿O hacia abajo? —La mano bajó al vientre.
—Alto, hacia arriba.
—Estupendo. Eso quiere decir que es un niño.
—Pues no sé.
—¿Qué es eso de que no sabes?
—Que nadie puede estar seguro de esas cosas.
—Se puede, si se hacen las cosas bien.
—Frunció el ceño y me miró a los ojos—. ¿Has comido huevos, tal como te dije?
—No me gustan los huevos.
Suspiró y movió la cabeza.
—¿Recuerdas lo que te dije? Come muchos huevos. Tres, cuatro cada día. Si no, será chica. —Hizo una mueca y añadió—: ¿Quieres una chica?
—Preferiría un chico, pero habrá que aceptar lo que venga.
Aquello le dejó preocupado. Se puso a pasear, pisando las hojas caídas de la higuera.
—Esa no es forma de hablar. No indica nada bueno.
—Pero, papá...
Giró sobre sus talones.
—No me vengas con peros. ¡No me vengas con papás! Os lo dije, os lo dije a todos: a Jim, a Tony, a ti. Os dije: huevos. Muchos huevos. Y míralos. Jim, dos años casados y nada. Tony, casado hace tres años y nada. Y tú. ¿Qué tienes tú? Nada. —Dio unos pasos hacia mí. Se acercó tanto que me quemó la cara con su aliento vinoso—. ¿Recuerdas lo que te dije de las ostras? Ahora ganas dinero. Puedes permitírtelas.
Recordaba una postal con letra de mi madre que recibimos Joyce y yo mientras pasábamos la luna de miel en el lago Tahoe. La postal decía que yo comiera ostras dos veces a la semana, para aumentar la fertilidad y las probabilidades de engendrar un varón. Pero no había seguido el consejo porque no me gustaban las ostras. No sentía ninguna animosidad personal contra ellas, era simplemente que no me gustaba su sabor.
—No me entusiasman las ostras, papá.
Casi le dio un ataque. Se dejó caer en el columpio, con la cabeza abatida y la boca abierta. Se secó la frente. Los gatos despertaron bostezando y enseñando la espigada y sonrosada lengua.
—¡María Santísima! Entonces aquí acaba la estirpe de los Fante.
—Creo que es un chico, papá.
—¡Crees!
Me maldijo con una sarta de sonoros vocablos italianos. Escupió a mis pies, se burló de mi traje de gabardina y de mis zapatos náuticos. Sacó del bolsillo de la camisa una colilla de puro barato y se la incrustó entre los dientes. La encendió y arrojó la cerilla.
—¡Crees! ¿Quién te manda a ti creer? Te lo dije: ostras. Huevos. Yo ya había pasado por eso. Te hablaba la voz de la experiencia. ¿Qué has estado comiendo? ¿Caramelos, helados? ¡Escritor! ¡Bah! Hueles peor que una alcantarilla.
Era mi padre, no había duda. Al final resultaba que no se había achicado. Y la higuera tenía el tamaño que había tenido siempre.
—Ve a ver a tu madre. —Había sarcasmo en su voz—. Ve y cuéntale qué hijo tan apuesto tiene.


John Fante (Trad. Antonio-Prometeo Moya). Llenos de vida. Anagrama, 2008.

sábado, 13 de septiembre de 2008

LELIS KÖK (La Cocina de Leli)




Me ha parecido acojonante. Leli está es para ti!

viernes, 5 de septiembre de 2008

domingo, 31 de agosto de 2008

El negocio del humo



Ayer me dieron dos euros por tres pitis, me planteo el negocio: levantar el chiringuito junto a la china que vende cervezas de contrabando en la cola del garito por excelencia para motivados, Pacha . Sacó dos cajetillas y un piti a un euro me paga la noche.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Carretera



Para que luego me digan que si cinco años sin regalos. Que si ella toca el violin pero su perro chispa casi muere por el acantilado, aunque eso no lo sabe, claro está. AY que rica y que bonita es la amapola. Y que bonito el cielo ni que decir tiene.