domingo, 14 de septiembre de 2008

Full of Life

Se estaba achicando. Todos los años encogía un poco, o eso parecía. Los hombres de la familia no éramos altos, pero me daba la sensación de que en los últimos años yo era más alto que él. También el patio era más pequeño y la higuera fue una sorpresa. Era mucho más pequeña de como la veía en el recuerdo.
—El niño, ¿cómo está el bambino?
—Faltan unas seis semanas.
—¿Y la señorita Joyce? —La adoraba. No se atrevía a llamarla simplemente por su nombre de pila.
—Está bien.
—¿Lo tiene hacia arriba? —Se tocó el pecho—. ¿O hacia abajo? —La mano bajó al vientre.
—Alto, hacia arriba.
—Estupendo. Eso quiere decir que es un niño.
—Pues no sé.
—¿Qué es eso de que no sabes?
—Que nadie puede estar seguro de esas cosas.
—Se puede, si se hacen las cosas bien.
—Frunció el ceño y me miró a los ojos—. ¿Has comido huevos, tal como te dije?
—No me gustan los huevos.
Suspiró y movió la cabeza.
—¿Recuerdas lo que te dije? Come muchos huevos. Tres, cuatro cada día. Si no, será chica. —Hizo una mueca y añadió—: ¿Quieres una chica?
—Preferiría un chico, pero habrá que aceptar lo que venga.
Aquello le dejó preocupado. Se puso a pasear, pisando las hojas caídas de la higuera.
—Esa no es forma de hablar. No indica nada bueno.
—Pero, papá...
Giró sobre sus talones.
—No me vengas con peros. ¡No me vengas con papás! Os lo dije, os lo dije a todos: a Jim, a Tony, a ti. Os dije: huevos. Muchos huevos. Y míralos. Jim, dos años casados y nada. Tony, casado hace tres años y nada. Y tú. ¿Qué tienes tú? Nada. —Dio unos pasos hacia mí. Se acercó tanto que me quemó la cara con su aliento vinoso—. ¿Recuerdas lo que te dije de las ostras? Ahora ganas dinero. Puedes permitírtelas.
Recordaba una postal con letra de mi madre que recibimos Joyce y yo mientras pasábamos la luna de miel en el lago Tahoe. La postal decía que yo comiera ostras dos veces a la semana, para aumentar la fertilidad y las probabilidades de engendrar un varón. Pero no había seguido el consejo porque no me gustaban las ostras. No sentía ninguna animosidad personal contra ellas, era simplemente que no me gustaba su sabor.
—No me entusiasman las ostras, papá.
Casi le dio un ataque. Se dejó caer en el columpio, con la cabeza abatida y la boca abierta. Se secó la frente. Los gatos despertaron bostezando y enseñando la espigada y sonrosada lengua.
—¡María Santísima! Entonces aquí acaba la estirpe de los Fante.
—Creo que es un chico, papá.
—¡Crees!
Me maldijo con una sarta de sonoros vocablos italianos. Escupió a mis pies, se burló de mi traje de gabardina y de mis zapatos náuticos. Sacó del bolsillo de la camisa una colilla de puro barato y se la incrustó entre los dientes. La encendió y arrojó la cerilla.
—¡Crees! ¿Quién te manda a ti creer? Te lo dije: ostras. Huevos. Yo ya había pasado por eso. Te hablaba la voz de la experiencia. ¿Qué has estado comiendo? ¿Caramelos, helados? ¡Escritor! ¡Bah! Hueles peor que una alcantarilla.
Era mi padre, no había duda. Al final resultaba que no se había achicado. Y la higuera tenía el tamaño que había tenido siempre.
—Ve a ver a tu madre. —Había sarcasmo en su voz—. Ve y cuéntale qué hijo tan apuesto tiene.


John Fante (Trad. Antonio-Prometeo Moya). Llenos de vida. Anagrama, 2008.

3 comentarios:

chapadelamahou dijo...

Qué coño es esto??? EIN???

se te pira el bolo!!

chapadelamahou dijo...

LELIS KOÖK ES LA PICHA! muy agradecida (esto no me deja comentar donde procede)

UNA CERVEZA dijo...

Por desgracia cuantos hombres hay así... Y lo peor de todos es que son los genes de ellos (y no de nosotras) los que deciden el sexo de la criatura...